Para retomar este itinerario de conversión fraternal de la Encíclica Fratelli Tutti que comenzamos en Octubre, recordamos que el capítulo anterior nos hablaba de los fundamentos bíblicos de la Fraternidad a través de la explicación de la parábola del Buen Samaritano. Ahora nos expone sus fundamentos en los valores de la Doctrina Social de la Iglesia del Amor al Prójimo y lo que implica sobre nuestras relaciones sociales, del principio inviolable de la Dignidad de la persona humana, la solidaridad y la función social de la propiedad. Para ellos nos ilustra con reseñas de todos los tiempos, desde los Santos Padres de la Iglesia o Santo Tomás hasta el Concilio Vaticano II y los papas Pablo VI, Juan Pablo II o Benedicto XVI.

Comienza rescatando el Concilio Vaticano II (GS) la premisa de que Un ser humano no se desarrolla “si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”,  haciendo afirmaciones tan rotundas como que “nadie puede experimentar el valor de vivir sin rostros concretos a quienes amar.”

En estos tiempos en los que venimos del aislamiento y del temor al otro provocado por la pandemia, porque los demás pueden suponer un posible riesgo para nuestra salud; estos tiempos en los que la mayoría de los mensajes publicitarios nos incitan a buscar nuestro propio bien, sin considerar la importancia del bien común, el Papa nos invita a que volvamos a la esencia de nuestro SER que es vivir en relación, en comunión y en fraternidad, construyendo lazos de fidelidad, con la seguridad de que realmente no hay VIDA PLENA cuando pretendemos pertenecer solo a nosotros mismos y vivir aislados. Desde la perspectiva cristiana, nos equivocamos radicalmente si no lo vemos así, nos hacemos daño a nosotros y caminamos hacia un callejón sin salida.  

Con estos mensajes comienza este capítulo…

Avanza afirmando la primacía del valor único del AMOR, que implica algo más que una serie de acciones benéficas. El Amor nos cambia, nos une al otro considerándolo valioso, digno, grato y bello. Nos mueve a buscar lo mejor para sus vidas.

El Amor nos conduce hacia la comunión universal. Jesús nos dijo “Todos vosotros sois hermanos”

Nos llama a abrir la sociedad para integrar a todos. Ir más allá de mi pequeño círculo familiar o de mis amigos más cercanos, ya que si nos quedamos ahí, no dejamos de ser islas que ponen barreras al Amor de Dios.

Nos recuerda la existencia de las personas que viven en las periferias de nuestras vidas, de nuestras fronteras, o dentro de ellas aquellos que están excluidos social y económicamente y también nos descubre a los “exiliados ocultos” que son las Personas con discapacidad o ancianos que pueden contribuir y sentirse plenamente dignos y valiosos dentro de nuestra sociedad.

Es muy interesante cómo se profundiza y se abordan conceptos clásicos como el de Libertad e Igualdad en la sociedad. Estamos viviendo en una dicotomía politizada entre la Libertad y la Igualdad, pero en esta carta se integran a través de la Fraternidad. Ambas se quedan cojas y son imperfectas sin el Amor fraternal al otro. La Libertad se puede extremar en el individualismo egoísta y la Igualdad en el totalitarismo represor. Sólo con la fraternidad recobran su mejor sentido.

Para el cristiano el Amor debe ser universal, promover y dignificar a todos los seres humanos. Todos somos únicos e e irrepetibles.

Aboga por la búsqueda del bien común por encima de la eficiencia de lo individual y lo inmediato, porque a largo plazo lo más eficiente siempre es el Amor y muchos de nosotros así lo hemos vivido. La confrontación, la división y la lucha, empobrecen y merman las posibilidades de desarrollo de nuestra sociedad.

Reclama la valentía de reivindicar el bien moral, la honestidad y la entrega,  que parece que nos dan vergüenza, que no están de moda. Reivindica el valor de la solidaridad empezando por las familias y pasando después a los educadores y a todos aquellos que formamos la sociedad. La solidaridad que se expresa en el servicio y cuidado de los más frágiles de la sociedad.

Replantea la función social de la propiedad destacando las palabras de Juan Pablo II en las que dice que “Dios ha dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie, ni privilegiar a ninguno”.

Os invitamos a leer despacio y saborear este capítulo que está lleno de sensibilidad por todo el género humano y que nos cuestiona cómo muchos de los principios con los que convivimos se alejan de la propuesta amorosa de Jesús.