Continuando con el recorrido por el itinerario de conversión social en nuestra parroquia, llegamos al capítulo 4 de la Encíclica Fratelli Tutti, titulado “Un corazón abierto al mundo”.

A través de este capítulo el Papa revisa varios aspectos de nuestra relación con el resto de la humanidad, partiendo del principio básico de la primera cita: Si creemos realmente que "todos los seres humanos somos hermanos y hermanas", "nos plantea una serie de retos que nos descolocan, nos obligan a asumir nuevas perspectivas y a desarrollar nuevas reacciones" (128).

El Papa nos insiste en que nuestra relación con los migrantes debería regirse por los siguientes cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. (129)

Así, pone en cuestión nuestras creencias sobre los derechos reales de los inmigrantes: contrapone el concepto de ciudadanía, que conlleva igualdad de derechos y deberes bajo cuya protección todos disfrutamos de la justicia, frente al trato a las minorías, que supone discriminación y les hace sentirse aislados e inferiores (131).

Algunos aspectos prácticos para facilitar la vida a los inmigrantes son: concesión de visados, corredores humanitarios, derecho a tener consigo documentos personales de identidad, posibilidad de abrir cuentas bancarias, libertad de movimientos y posibilidad de trabajar ... (130)

Manifiesta la necesidad de comunicarnos, relacionarnos y dialogar como requisito esencial para poder cambiar nuestra mirada hacia el otro y hacer posible esa gratuidad de la que también nos habla en este capítulo. (134)

Pone en valor lo que podemos aprender de otras civilizaciones a las que consideramos menores: "El Occidente podría encontrar en la civilización del Oriente los remedios para algunas de sus enfermedades espirituales y religiosas causadas por la dominación del materialismo" (136). En ese sentido, va un paso más allá y considera que "Solo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro"(141), pues "Las demás culturas no son enemigos de los que hay que preservarse, sino que son reflejos distintos de la riqueza inagotable de la vida humana" (147).

Y si queremos cambiar el mundo globalmente hay que actuar de forma local, por eso, el Papa nos propone en la parte final de este capítulo que tomemos conciencia de que los hermanos que tenemos más cerca son nuestros vecinos y nos reta a recuperar el espíritu de vecindario que se vivía hace unos años, tanto en los pueblos como en los barrios de las ciudades: "Promover el amor al vecino es el primer ejercicio indispensable para lograr una sana integración universal" (151).